Celebrando el Día de los Padres en junio de 1991. Fotos: Cortesía de Adriana Pérez
Por Rouslyn Navia Jordán
¿Cómo nace un héroe? ¿De qué arcilla están hechos los hombres que
despiertan la admiración de sus semejantes y se convierten en paradigmas? ¿Será
que la diferencia la hace la propia vida y el entorno en que crecen? ¿Acaso la
diferencia la determinan los valores que les inculcan la familia, la escuela y
la sociedad en que se desarrolla su existencia?
Preguntas interesantes que nos
hacemos todos y Gerardo Hernández Nordelo, el cubano joven
al que nos aproximamos con estas pinceladas, nos responde desde su injusta
prisión con la sencillez habitual.
“Mi madre nació en las Islas Canarias, llegó a Cuba a la edad de 15
años, y fue una persona sin mucha escuela. Hasta sus últimos días siempre se
ocupó de las labores del hogar. Crió primero a sus hijos y después a sus cinco
nietos. Si bien no era mucho lo que podía aportar a mi formación política, le
debo en buena medida mis valores éticos y morales. Era una persona muy humilde,
tan carente de todo tipo de maldad, que a veces se lo señalaban como defecto.
Siempre fue muy preocupada por los demás, mucho mas que por ella misma.
«Se sabe que los hijos nunca somos una copia fiel de nuestros padres,
pero siempre he dicho que cuanto pueda haber en mí de humildad, de bondad y
cualquier otra característica que se desprenda de lo anterior, se lo debo a
ella, a su ejemplo, y a la crianza que me dio.
«Mi padre y ella se complementaban. El viejo no era muy dado a mostrar
afecto, pero su imagen de rectitud y su fuerte carácter escondían un gran
corazón. No tengo muchos recuerdos de salidas o paseos con él en mi
infancia, porque era una persona totalmente entregada al trabajo. Desde que
tuve uso de razón, y hasta que la enfermedad lo obligó a retirarse, trabajó en
el giro de las tenerías y para él no existían los horarios. En los fines de
semanas, si no tenía trabajos voluntarios en algún lugar, su “descanso” era
trabajar en algo de la casa.
«En el hogar era la contraparte de mi mamá. La vieja ponía la ternura, y
él era el que establecía el orden. “Deja que venga tu padre”, era una frase que
yo nunca le quería escuchar a mi mamá. El viejo era muy revolucionario, y desde
temprano fue militante del Partido. Él y mi hermana María del Carmen tuvieron
mucho que ver en mi formación política. Esta última, cuando murió en un
accidente en 1998, era Teniente Coronel de las FAR y profesora del Instituto
Técnico Militar, donde había estudiado.
«Durante mi infancia, hasta que empezaron a llegar los cuñados y
sobrinos, el núcleo familiar lo componían además mis padres y mis dos hermanas,
y de cada uno ellos aprendí algo. Sobre todo les agradezco el haber sido una
familia funcional, unida y sin grandes conflictos. Ni de mis padres ni de
mis hermanas recibí nunca un mal ejemplo que me pudiera haber marcado o
influido negativamente. Es algo en lo que uno no se detiene a pensar con
frecuencia cuando es un muchacho, pero después se da cuenta de su importancia.
Continuará
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